Ana

3×25. El concurso

Mirar por la ventana y contar un millar de estrellas.

Tengo el estómago revuelto y una leve sensación de mareo. No es la primera ocasión en la que experimento la ingravidez. Quizá sea la última. Me agarro con mucha fuerza a los asideros que nos impiden alejarnos de los asientos. Los compañeros lanzan exclamaciones, gritan y ríen a carcajadas. El despegue ha sido perfecto.

Hasta el accidente, yo era una de aquellas azafatas que se movían con soltura por las cabinas de las naves espaciales de recreo. Hacía piruetas sin que ni una sola gota de café abandonara la taza. No era solo mérito mío. La forma del menaje está diseñada expresamente para hacer su servicio a miles de kilómetros, lejos de la ley de la gravedad.

Acepto un vaso de refresco de las manos de las que ahora hacen mi trabajo. Tengo la boca seca. Sin embargo, no puedo beber ni un sorbo sin sentir náuseas. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. Si pudiera dormir. Tal vez debería pedir algún narcótico suave. Lo que sea con tal de que las treinta y seis horas de viaje que quedan por delante pasen lo más rápido posible.

Me apunté al programa porque ya no tengo qué perder: apenas me queda familia; llevo tiempo sin pareja; la lesión del oído me incapacita para el único trabajo que me apasiona y soy demasiado mayor para formarme en uno nuevo.

Y no tengo dinero, claro. Si tuviera me haría un tratamiento que solucionara mis problemas de equilibrio, me pagaría un rejuvenecimiento para empezar otra vida o, simplemente, me retiraría. Pero la paga de compensación apenas me da para comer y habitar un cubículo social, y los ahorros se gastaron en que las cicatrices de mi cara fueran menos visibles.

Ya no hay más.

Volver a subir a una nave espacial después de un año ha sido lo más difícil.

Dejar mi vida atrás es sencillo. Nadie me echará de menos.

El planeta nuevo es prometedor. Dicen que hay mucha agua, una atmósfera protectora y una temperatura aceptable para nuestro organismo.

Miro a los que van a ser mis compañeros en los próximos meses. Una veintena, de todas las edades y diversos aspectos. Sonrientes. Excitados. Ávidos de nuevas emociones.

Sobrevivir es el premio. Y la fama. El reconocimiento universal. Millones de seguidores en todos los mundos conocidos. ¿Quién sabe si también en los desconocidos? ¿Hasta dónde llegan las emisiones del programa?

Sé que debería relacionarme con los otros. Cuando se nos acaben las provisiones y el subidón de lo nuevo, harán falta alianzas. ¿Quién se va a asociar con la rarita de las cicatrices en la cara y los dedos cortados? Sacudo los muñones de dos de mis manos. Menos mal que las otras quedaron intactas.

Incapaz de dormir, aunque ligera gracias a la dosis de relajante que acabo de inyectarme bajo la piel, miro mi pantalla flexible. Acaricio la superficie para localizar las bases del concurso. Un repaso rápido y luego cambio a las fotos del planeta. Se cree que está habitado. Aunque no se sabe si las criaturas que encontraremos serán amigables. Miro el color azul que luce este mundo. ¿Y si en algún rincón incógnito me espera un atractivo terrícola de ojos verdes?

Ana

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