Ginés

V. Arroz con leche

Valeria abrió los ojos al escuchar el zumbido, primero miró a su lado, inquieta. Luego comprobó la llamada perdida de su amiga en el teléfono móvil, sobre la mesilla. Se deslizó despacio entre las sábanas para salir de la cama sin despertar a su acompañante.  En el lavabo remarcó el número de Érica tomando aire.

–Por fin –oyó esta al otro lado–, llevo todo el día llamándote y dejándote mensajes, Val.

–Lo siento –se excusó–, he estado muy liada, siempre me pasa lo mismo. Cuéntame.

–Liada, liada… Tenemos que quedar, necesito tus consejos profesionales. –No hubo risas como otras veces.

–Er… Sí, claro… ¿Cómo te fue la otra noche? –preguntó sin alzar la voz, mordiéndose el labio.

–Me compré un vestido ceñidito y ropa interior sexy como me dijiste; incluso me insinué durante la cena en plan adolescente cachonda, no veas la vergüenza que pasé, y todo para nada. Ya no sé qué hacer, Val. Cuando no es porque llega tarde es porque está cansado, o de mal humor o todo a la vez. Ya ni recuerdo cuándo lo hicimos como Dios manda.

–Vaya, no sé qué decir –murmuró abriendo despacio la puerta del lavabo, vio que el hombre seguía durmiendo.

–¿No me podrías aconsejar algún medicamento, unas pastillas o un afrodisíaco de esos?

Valeria esbozó una sonrisa sentándose en el borde de la bañera.

–¿Pastillas, te refieres a Viagra?

–No, no; ese no es el problema. Le he visto en la ducha, a escondidas, o fingiendo que entraba a dejar unas toallas. De lo suyo sigue estupendo, si hasta me entraron ganas de meterme con él, pero me dio como cosa… Me refiero a si, dándole algo… No sé, tú que entiendes de dietas y alimentos, habrá algo eficaz, ¿no?

–El mejor afrodisíaco es la imaginación, te lo digo yo. –Sonrió sin querer, se lo reprochó a sí misma al instante.

–Pues entonces estoy apañada.

–Bueno, bueno; déjame que piense. –En realidad se limitó a comprobar de nuevo el silencio reinante en el dormitorio. Le recomendó a Érica comprar ostras, chocolate, apio, higos y plátanos, pues también estaban entre los alimentos estimulantes del deseo sexual. Oyó como su amiga tomaba nota escribiendo deprisa–. Añade el jengibre y la canela, también es afrodisíaca, como tú dices.

–Puede que tengas razón –asintió–. Mi madre le hacía a menudo arroz con leche a mi padre, y recuerdo que se volvía loco; mi hermana y yo teníamos que irnos temprano a la cama. Vale, lo intentaré y ya te diré qué tal. Compraré las ostras y le prepararé un buen plato de arroz con leche con mucha canela, como el de mi madre, aunque tenga que dárselo sentada en sus rodillas a cucharadas como a un crío. A ver si así se anima. Gracias, Val.

–Suerte –contestó antes de colgar.

Regresó a la cama despacio, sin querer despertarle. Notó la mano del hombre moviéndose bajo las sábanas. Palpó su pierna, luego subió, ella dio un respingo.

–Mmm. ¿Dónde estabas?

–¿Te gustan las ostras?  –le preguntó intentando resistirse débilmente a las caricias, estaba tan excitada como él, se lo reprochó de nuevo al recordar la conversación con su amiga. Constató una vez más que, en efecto su amiga tenía razón, el problema no era de Viagra. Oyó que él le murmuraba algo al oído, una grosería, excitándola aún más; luego él se aferró goloso a uno de sus pechos a punto de abrirle las piernas–. Creo que esta noche te tocará repetir postre y arroz con leche.

Ginés

3 comentarios sobre “V. Arroz con leche

  1. Gracias a ti por colaborar con nosotras y hacernos partícipes de tus creaciones. ¿Qué hay mejor que contar en el blog con los relatos de nuestro maestro y mentor?

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