Amelia

4×16. La sospecha (IV)

Dámaris volvió a casa del trabajo. Esperaba que la Dámaris de este mundo se encontrase mejor. Aunque le había venido bien suplantarla en el trabajo durante dos días, temía cometer algún desliz que pudiera hacer que la descubrieran.
Abrió la puerta y se la encontró tumbada en el sofá, tapada con la manta, con los ojos llorosos.
—¿Cómo estás? —le dijo, poniéndole la mano en la frente para comprobar la fiebre.
—Estoy peor. Me duele todo y los mocos no me dejan respirar.
—¿Quieres que prepare la cena?
—Sí, gracias. Aunque no tengo ganas de nada.
Fue a la cocina y encontró un brik de caldo de pollo. Compartían gustos hasta cuando estaban enfermas. Estaba echando el caldo en un cazo cuando notó algo a su espalda. Se giró y vio que Dámaris la amenazaba con un cuchillo de cocina, a unos escasos centímetros.
—¿Qué haces? —Asustada, tiró el cazo al suelo.
—Dime por qué has venido y dímelo ya. No quiero mentiras.
—No sé de qué me hablas.
—Sí lo sabes. Sospeché algo y no sabía qué era. Cuando mientes te tocas la nariz, igual que yo. ¿Por qué estás aquí? —El filo del cuchillo rozó ligeramente su brazo—. He visto los mensajes de tu móvil.
La Dámaris visitante se quedó callada unos momentos. La otra presionó en su brazo con el cuchillo.
—Cálmate. Sentémonos y te lo cuento todo.
—No, no me voy a sentar. Cuéntamelo aquí —apremió la otra.
—Verás, no sé qué habrás leído, pero lo que te he contado es cierto. Trabajo de editora jefa en la Editorial Gigamesh, Emilio es mi compañero, Rajoy es presidente de España… Todo eso es verdad… —titubeó unos instantes antes de continuar—. Pero lo de que en mi mundo se da la posibilidad de viajar a otros mundos paralelos es mentira.
»Desde que soy editora jefa, apenas visito el almacén. Ya sabes que ahí destinamos los libros que ya no se venden en la librería. Y como al jefe le da pena quemarlos, hay un laberinto de volúmenes nuevos, sin leer, que nunca se han vendido.
»Hace un mes, Edgar Buero vino a visitarme. Allí también es un escritor de ciencia ficción muy reconocido, pero gracias a mí, no a Aurora. Me pidió que le diera los ejemplares de su primera novela, de la que hicimos una tirada bastante extensa, pero que no se vendió tan bien. Supongo que aquí se hizo famoso a partir de la segunda.
»Bajamos al almacén y comenzamos a buscar. Mi Emilio no es tan organizado y no hay un sistema de almacenamiento ni organización de los libros. Los dos nos pusimos a buscar, intentando recordar por dónde se empezaron a acumular las obras.
»Edgar encontró uno y tiró de él. Una montaña de libros cayeron sobre nosotros y, cuando nos recuperamos del susto, vimos que había una grieta inmensa en la pared, antes cubierta por los libros caídos. Nos preocupamos y pensamos en llamar a los bomberos, avisar de que quizás el edificio estuviera en riesgo. Pero vimos una luz. Nos pareció raro y Edgar tocó la grieta y se aproximó a la luz que salía de ella. Desapareció de mi vista.
»No supe qué hacer. Si decía que había desaparecido uno de los mejores escritores españoles de ciencia ficción al tocar una grieta en una pared, me encerrarían por loca. O por leer demasiada ciencia ficción y fantasía. —Trató de esbozar una sonrisa, pero la otra Dámaris la seguía amenazando con el cuchillo.
»Esperé y esperé y, al cabo del rato, Edgar apareció ante mis ojos. Me explicó que había pasado al edificio de al lado, que en mi mundo es un restaurante chino. Pero que aquí es una casa abandonada. No entendía dónde estaba ni lo que había pasado, así que decidimos mantenerlo en secreto y explorar.
»A partir de entonces, ha estado yendo y viniendo a descubrir este mundo. Ignoramos por qué hay un paso entre ambas dimensiones ni cómo se ha producido. Edgar es más aventurero que yo… que nosotras —agregó, por si generaba alguna empatía—, y ha recorrido más kilómetros, incluso ha viajado en tren hasta Tarragona.
»Como él es conocido, al volver varias veces se ha dado cuenta de que ha habido problemas con su otro de aquí. Gente que subía fotos con él en redes sociales o que le pedía que firmara un libro, mientras vuestro Edgar Buero estaba en la Feria del Libro de Madrid o cualquier otro sitio. Así que decidió tantear el terreno y ver si podíamos hacer partícipes de nuestro descubrimiento a vosotros, los Edgar y Dámaris de aquí.
»Me inventé un viaje a la Feria de Fráncfort y quise venir aquí unos cuantos días, no solo unas horas. Pensé que serías como yo, pero contarte esto me parecía tan raro… que me inventé lo de los viajes por el treinta cumpleaños.
Dámaris aflojó el cuchillo. Era cierto que había habido rumores de dobles de Edgar Buero recorriendo la geografía española, pero seguía sin creerse los motivos de su otra yo.
—¿Y qué más?
—Ya está. Eso es todo.
—¿Sí? ¿Y qué me dices del panorama político mundial? —Entre los mensajes y anotaciones del móvil de Dámaris, había leído noticias poco halagüeñas sobre las relaciones entre Donald Trump y Kim Jong Un, la preocupación de Dámaris y Edgar, sus ideas para sobrevivir a una posible crisis…
—Bueno… Quisimos ver cómo estaban las cosas aquí. Tenemos miedo, miedo de ambos, pues allí han amenazado con usar armamento nuclear.
—¿Y qué más? He leído vuestros mensajes sobre suplantarnos en este mundo. ¿Pensabais matarnos?
Dámaris se quedó callada. Si bien esa fue una de las ideas barajadas, Edgar y ella no habían llegado a ponerse de acuerdo sobre qué hacer en caso de una amenaza real. Los mensajes de texto podían dar lugar a malas interpretaciones.
—¡Dímelo! —amenazó con el cuchillo de nuevo—. ¿Pensabais matarnos?

Continuará…

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